Madrid. Lo que tenía que pasar, ya está pasando. Que en la Sareb quien manda, manda, y el que más dinero ha invertido en el invento tiene la última palabra a la hora de tomar las decisiones. Y esa, evidentemente, no ha sido ni va a ser la presidenta de la sociedad, Belén Romana, ni su equipo de gestores, sino los bancos que han puesto, a regañadientes, el dinero para que esto saliera adelante. De no haberlo hecho, los dineros procedentes de la ayuda financiera no hubieran llegado y el sistema no hubiera resistido la quiebra de Bankia. Pero una cosa es entrar en la sociedad, y otra, muy distinta, decir a todo que sí.
Ahora nos enteramos que a los fondos oportunistas, a los que se les había puesto la alfombra roja para que entraran como accionistas y empezaran a quedarse con los activos, se les ha dicho que no. Que si quieren entrar y comprar que lo hagan a un precio adecuado, porque, de lo contrario, a precio de saldo, las consecuencias sobre los ingentes activos inmobiliarios –cada día mayores – de las entidades financieras españolas no se harían esperar. Otra bajada adicional de precios y, por lo tanto, más provisiones a aportar, con lo que las previsiones de volver a dar grandes beneficios serían imposibles de obtener. Las justificación de esta negativa obedece al hecho de evitar generar privilegios entre sus accionistas.
Se ha evitado, en primera instancia, la generación de esos privilegios, pero también se han evidenciado la disparidad entre los gestores, meros administradores, y los accionistas que se juegan el dinero invertido.
Entraron a disgusto, y los movimientos dados por Romana y su equipo no han hecho sino acrecentarlos en poco más de un mes. Se huelen que lo del 15% prometido de rentabilidad anual media no está ni mucho menos garantizado, y no puede estarlo, y andan con la mosca tras la oreja con el nuevo plan de negocio que les está haciendo a la medida la consultora KPMG.