Madrid. Esplín, del inglés “spleen”, no es un término popular en nuestro país y mucho menos en el Sector Inmobiliario español. El lector sin embargo quizás recuerde cómo Francisco Umbral lo utilizó durante un tiempo en la columna que escribía para El Mundo, en la última página de sus ediciones diarias, con el título de “spleen” de Madrid. El título de su columna estaba inspirado sin duda en la obra de Baudelaire “Spleen de París” o quizás en la novela Les miserables (1862) de Víctor Hugo, en la que se utiliza varias veces la palabra –y el concepto– spleen. Por ello, paso a anotar el significado con el que nosotros lo utilizaremos.
Esplín guarda entre sus acepciones las de melancolía, aburrimiento, angustia, “sufrimiento y disgusto provocados por un sentimiento de carencia o inadecuación entre la conciencia” –entre lo que se desearía que ocurriese en un ámbito y las cosas que realmente están ocurriendo-. También se relaciona con las ideas de pérdida, nostalgia, contrariedad, embarazo, apuro.
Esplín es lo contrario del optimismo compulsivo que reina hoy en algunos subsectores del sector de la intermediación en España. Por ejemplo, para algunos de sus adeptos no es que no hayan brotes verdes sino que estamos en una selva frondosa, la recuperación se ha iniciado y ya existen numerosos ejemplos de ventas espectaculares de las cuáles pueden presentar numerosos testigos exitosos. Pero si es así… ¿porqué los del esplín, conociéndolos, no lo apreciamos de igual forma?… Pues porque estamos, o no nos damos cuenta, ciegos y somos pesimistas irredentos que no queremos ver los brillos, que las buenas noticias sobre el sector, desprenden. Tampoco poseemos la inspiración adecuada, y desde luego no somos de los suyos ni conocemos los secretos que, de poseerlos, cambiarían positivamente nuestro negocio. Y, por supuesto, que basta con “entrar” en su asociación, franquicia, mls, método, organización o sistema para que todo cambie.
Inasequibles al desaliento –al esplín- siguen predicando su discurso inmobiliario como si de la salvación del alma se tratase. Y, nadie lo dude, consiguen adeptos y éxitos, dejándonos -a los del esplín- maravillados de tanta compulsión, optimismo desacerbado y candidez.
Esa posición de optimismo extremo se suele apuntalar de varios modos pero ya que estamos en la época del año en la que los periodistas suelen preguntar a los expertos: ¿Qué pasará en el año siguiente?, queremos recordar aquí lo que escribimos hace un año cuando se hizo esa misma pregunta tanto a un alto responsable de una franquicia inmobiliaria como a una ex ministra. El primero respondió –en la línea de optimismo compulsivo que caracteriza a los de esta corriente- que este año 2010 iba a ser muy bueno, que sería el año del cambio de ciclo y que veríamos en él, no signos sino hechos evidentes de la recuperación del negocio inmobiliario. En este sentido planteaba una línea de expansión de su negocio de franquicias. Y, en los mismos días, la respuesta de la ex ministra a la misma pregunta era totalmente contraria y podría resumirse en que 2010 seguiría siendo un mal año.
Ante esa contradicción podría deducirse ingenuamente que uno de los dos estaba equivocado y que el otro estaría por tanto, acertado, pero nosotros decíamos en cambio, que ninguna de las dos respuestas era cierta (segura) pues dado el estado caótico en el que se encontraba el sector en aquellas fechas, la consecuencia era que de ningún hecho podría conocerse su futuro y nadie por tanto podría decir con rigor lo que iba a ocurrir en el año 2010. Añadíamos que sólo al final de año podría deducirse lo que había finalmente ocurrido y que por tanto sólo el paso del tiempo diría cuál de las dos temerarias –en aquél momento- opiniones resultaba finalmente cierta. La ex ministra ha tenido finalmente más razón que el experto franquiciador, pero no importa pues podría haber ocurrido al revés.
Lo trágico del optimismo compulsivo es que la realidad le da igual pues de lo que se trata es de imponer su visión optimista extrema, a los hechos, su voluntad de poder sobre la dura realidad y esto siempre es muy difícil, sobre todo cuando más que voluntad es deseo.
Con otras palabras: ¿el sentimiento reinante entre los nuestros podría caracterizarse como de “sufrimiento y disgusto provocados por un sentimiento de carencia o inadecuación entre la conciencia” –entre lo que se desearía que ocurriese en un ámbito y las cosas que realmente están ocurriendo-?
Pues claro, sobre todo cuando a ese sufrimiento sobre la dura realidad que estamos padeciendo se unen la nostalgia por una situación anterior en la que no la padecíamos, las pérdidas que hemos o estamos padeciendo, la incertidumbre sobre lo que vendrá, la contrariedad y apuro que nos sobreviene al tener que responder de nuestra situación actual, etc.
Pero ¿y a los que les va bien? Pues en mi opinión, afecta a todas las empresas, pues el esplín del resto les sobreviene como un factor más de Entorno. No lo padecen, pero deben contar con él.