Los atisbos de recuperación económica han servido a los promotores inmobiliarios para agarrarse a un clavo ardiendo y volver a plantear la imperiosa necesidad de retomar la velocidad de crucero de construir un mínimo de 150.000 viviendas anuales porque, de lo contrario, caminamos de nuevo hacia la misma situación de principios de siglo. La de supuestas subidas de precio desbocadas a la vuelta de dos años porque habrá una demanda muy superior a la oferta existente.
Para ello, argumentan que lo del stock ya es lo de menos. Porque, aparte de que ni de lejos estamos en esas cifras oficiales de más de 500.000 viviendas nuevas sin vender –algunos hablaron, en el pasado Salón Inmobiliario de Madrid, de falacia el hecho de seguir insistiendo en este extremo–, está claro, a juicio de los promotores, que hay muchas zonas donde ya apenas queda nada que vender.
Y todo esto después de ver cómo en 2013 se vendieron en España 56.000 viviendas nuevas, prácticamente la mitad que un año antes, y que tan solo se inició la construcción de 31.000 casas. Con lo que estaríamos hablando de que, de golpe y porrazo, no se sabe muy bien en base a qué, habría que triplicar, como mínimo, las viviendas que se inician.
El tema de que hay que construir tantas viviendas anuales por sistema, sin realmente tener la certeza de que se van a vender sin mayores problemas, es recurrente. Hace tres años el Plan de Reconversión del Sector Inmobiliario Residencial, elaborado por los promotores, recogía la necesidad de que las entidades financieras pusieran en manos de los promotores 80.000 millones de euros hasta 2015 para iniciar la construcción de 1,6 millones de viviendas a entregar entre 2013 y 2017. Curiosamente, por la misma razón que ahora. Que se iba a acabar el stock y no iba a haber oferta de obra nueva que vender.
Nadie les hizo caso, Tampoco la Sareb pareció creerse las cuentas de los promotores, de que serían capaces de cerrar operaciones por un valor superior al adjudicado por el banco malo, un margen que podría repartirse entre ambas partes a través de quitas o créditos participativos.
En el fondo, lo que subyace debajo de la estrategia anquilosada de los promotores es que no están entendiendo nada del cambio de modelo residencial que se está fraguando. El que, ante la imposibilidad de adquirir una vivienda por parte de amplias capas de la sociedad, deriva la demanda hacia el mercado de alquiler. Algo que, de una manera o de otra, todos lo han puesto de manifiesto estos días. Todos, menos los promotores, que no acaban de ver los márgenes –su único objetivo– con eso del alquiler y la rehabilitación.
Lo ha dejado claro la Administración. La propia ministra de Fomento, Ana Pastor, lo reiteraba en la inauguración del Salón Inmobiliario. Lo que se va a apoyar es el alquiler, con ayudas para las familias más desfavorecidas, y las actuaciones de rehabilitación sobre esos cinco millones de casas que hay en España con más de 50 años de antigüedad.