Dicen que España va bien, que en 2014 volverá el crecimiento de la economía, se reducirá el número de parados –ya en 2013 ha pasado gracias a la bajada de la población activa, la que se ha ido fuera– y que en 2015, cuando lleguen las elecciones generales, esto irá ya sobre ruedas.
El único problema es que hay que seguir emitiendo deuda pública sin parar porque los ingresos del Estado no son suficientes para pagar intereses y amortizaciones de emisiones anteriores.
Un extremo este que llena de regocijo a muchos porque demuestra la confianza en el sistema, y además el nuevo endeudamiento se hace a un tipo de interés menor. Pero con la patada delante de emitir deuda sin parar se está demostrando que no se está siendo capaz de afrontar el gran objetivo, como es el de la reducción del déficit.
Si unimos el supuesto éxito de la última emisión con los datos del paro recogidos en la Encuesta de Población Activa (EPA), algunas incógnitas quedarían por despejar, como la de saber el mecanismo por el cual, con el empleo que se avecina –precario y de bajos ingresos – , el Estado va a poder hacer frente al pago de ese billón de euros de deuda pública sin echar mano, de manera permanente, a la refinanciación de la misma para pagar los intereses.
Porque aquí alguien parece estar obviando que si el empleo venidero no es de calidad, con unos ingresos más o menos aseados, resultará difícil animar el consumo interno y hacer fluir ingresos a las arcas de la Agencia Tributaria. Es la única certeza. Eso, o que la economía sumergida siga campando a las anchas en muchos sectores de la producción.
Con este panorama, ciertamente difícil de cuadrar con una economía floreciente, andan algunos intentando saber el motivo por el que existe tan alto interés por comprar deuda pública española. La respuesta puede estar en una razón de peso, como es que en el seno de la Unión Europea se articule algún mecanismo que garantice el cobro de los acreedores.