Tras finalizar el verano, se hace una recopilación de pros y contras del sector inmobiliario y la cola que éste trae en el turismo en la costa valenciana ¿qué encontramos?¿qué aspectos debemos mejorar o cambiar?
Desde el comienzo de la crisis en el año 2008, el tipo de turismo que se ha promovido en el sur de la Comunidad Valenciana ha sido, fundamentalmente el de sol y playa mediante la construcción de miles de viviendas unifamiliares, que han cubierto el suelo de hormigón y asfalto con muy pocas zonas verdes. La única excepción a este esquema ha sido Benidorm, quien ha apostado por una construcción en altura que deja libre una mayor superficie de suelo para poder ajardinarla.
Si algo debemos sacar como enseñanza de ésta larga y profunda crisis es que las cosas nunca volverán a ser igual que antes y que, además, debemos intentar no repetir los mismos errores.
El modelo de turismo con viviendas unifamiliares, ya sean pareadas o adosadas, tienen como principal ventaja su bajo coste al ser muy pobres sus calidades constructivas pero, por el contrario, presentan un casi inexistente aislamiento, lo que las convierte en hornos en verano y neveras en invierno, con el consiguiente aumento del gasto energético que se traduce en un coste extra de mantenimiento.
Además, este tipo de viviendas se basa en ocupar una gran superficie de suelo con muchas casas de baja capacidad de ocupación cada una de ellas. Para esto es necesario contar con una extensa red de calles, de suministros de agua y luz, de alcantarillado e iluminación, que constituyen un coste desproporcionado de mantenimiento para los ayuntamientos, quienes se ven en la necesidad de repercutirlos a los ciudadanos en forma de impuestos cada vez más caros.
De ésta forma, lo que en principio parecía una forma de turismo adaptada y barata, se convierte en un gigante insostenible tanto para los ayuntamientos como para los propietarios, que se ven en la necesidad de deshacerse de sus viviendas a bajo coste ya que no pueden mantenerlas y porque el mercado está saturado.
En contraposición, el turismo en altura está ganando adeptos por todo el mundo como concepto de edificación económicamente rentable, cómoda y ambientalmente responsable. Sin salir de España, sólo hay que echar un vistazo a lo que singularmente se ha hecho en Barcelona, Madrid, Sevilla y Valencia, para comprobar que éste es el camino a seguir.
Para poder comparar ambos modelos, pensemos en alojar a 1.000 personas en viviendas de 125 m2 cada una de ellas. Si construimos casas adosadas en parcelas de 250 m2, necesitaremos edificar 250 unidades que ocuparán una superficie de 62.500 m2, sin contar los viales de acceso a las mismas. Cada parcela podrá tener un jardín de 125 m2 si la casa es de una altura, o de 180 m2 si es de 2 alturas. De ésta forma, en el mejor de los casos, habría 250 minijardines individuales, con una superficie conjunta total de 45.000 m2.
Si tomamos la misma superficie inicial de 62.500 m2, y en ella construimos en altura sobre una parcela de 1.500 m2, podemos hacer plantas con 8 viviendas de 125 m2 cada una de ellas, con amplias terrazas de 30 m2. Con el ratio de 4 personas vivienda, tendríamos a 32 personas por planta, lo que nos llevaría a un edificio de 31 plantas para albergar las mismas 1.000 personas. Además, si descontamos la superficie en planta del edificio, nos quedan un total de 61.000 m2 para jardines, piscinas, instalaciones deportivas y de recreo, servicios médicos y sociales, etc., siendo el coste de mantenimiento bastante más bajo que el de las viviendas unifamiliares.
Está constatado que la esperanza de vida en Europa aumenta de año en año, es por ello por lo que hay que diseñar éstas viviendas pensando en que van a ser ocupadas por personas de muy diferentes edades, que tienen distintas necesidades. Así, por ejemplo, tienen que poder alojar tanto a un matrimonio joven con hijos pequeños como a una pareja de jubilados. Los primeros necesitarán zonas comunes lúdicas y de esparcimiento, mientras que los segundos demandarán servicios asistenciales.
Si tenemos en cuenta la situación del aeropuerto de Alicante, sexto en España y primero en la Comunidad Valenciana por número de viajeros, y que desde él se tiene a todos los países de Europa a entre 2 y 4 horas de vuelo, comprenderemos la importancia de apostar por éste modelo de turismo.
Un residente en Göteborg (Suecia), puede tomar un avión a las 9 de la mañana y estar a las 13 horas comiendo en su piso de, por ejemplo, Torrevieja. Para ello sólo ha tenido que encargar el día antes del viaje a la conserjería del edificio que le limpien la casa, le llenen la nevera y que acudan a recogerle al aeropuerto.
Este turismo, de nivel adquisitivo medio-alto, es el que debemos tratar de conseguir para dinamizar nuestra Comunidad. Para ello es imprescindible la colaboración de las entidades municipales y autonómicas para que, con su innegable poder de captación, atraigan a los inversores necesarios que acuden a las ferias de turismo.