jueves, 6 febrero 2025

La marca España

Madrid. Durante los últimos meses, y a raíz de la crisis financiera internacional, se ha estado hablando mucho sobre el modelo económico en nuestro país, haciendo especial hincapié en la necesidad de abandonar el sector inmobiliario-constructor y el sector turístico, (aunque éste en menor medida), e iniciar un crecimiento económico basado en la tecnología, el I+D+i, las energías renovables y la sostenibilidad. Y desde luego, como estrategia política para desviar la atención de los españoles de la realidad política y económica del país ha sido muy fructífera, pues como medio de distracción y canalización de emociones, pregonar un cambio radical del modelo económico nacional como solución a la crisis, (incluso hubo quien se atrevió a vaticinar el final del Capitalismo), es la mejor manera de evitar hablar sobre los verdaderos y auténticos problemas de nuestra economía nacional, los cuales no pertenecen al ámbito de la metafísica de los modelos económicos, sino a problemas reales perfectamente definidos y de los cuales nada se quiere saber.

Uno de estos problemas cruciales es la definición de nuestro modelo económico dentro del actual marco de la globalización de mercados. En la última década nuestro PIB nacional ha estado liderado por el sector servicios, (en torno al 60%), la industria-energía (15%) y la construcción, (algo más del 17%). Pero si tenemos en cuenta en detalle el desglose del PIB y la relación entre los sectores económicos que lo forman, podremos apreciar la dependencia de nuestro modelo económico del sector inmobiliario-constructor, el cual comporta con sus derivados hasta el 40% del PIB nacional. En efecto, la dependencia de nuestro sector servicios, encabezado por el turismo, la restauración y la cultura, guarda una estrecha dependencia con el sector inmobiliario-constructor que se ve reflejada en el desarrollo de hoteles, resorts, campos de golf, urbanizaciones, centros de ocio, palacios de congresos y un largo etcétera de instalaciones que tienen que llevar a cabo los promotores inmobiliarios. Asimismo, nuestra industria ha estado ligada principalmente al sector de la construcción, (materiales, máquinas, mobiliario, bienes de equipo, etc.), así como el consumo interno de energía, que depende directamente del número de hogares y de todo tipo de bienes inmobiliarios, como hoteles, edificios de oficinas, etc. Por último, el valor de los impuestos generados por el sector es también muy elevado; prueba de ello es la drástica reducción de las cuentas públicas de Ayuntamientos y CCAA debido a la paralización de la mal llamada «economía del ladrillo».

Como se puede apreciar, el desarrollo del sector inmobiliario-constructor, lejos de ser improductivo como se pregona habitualmente en los medios de comunicación, es el motor de la economía española, lo cual no quiere decir que ésta no tenga que diversificar los sectores productivos que la componen, invertir en alta tecnología y aumentar la cuota de participación en sectores estratégicos como el energético y el de materias primas. Y nada mejor para ello que partir del sector inmobiliario-constructor; veamos por qué.

El sector inmobiliario-constructor, por su propia idiosincrasia productiva, consume recursos humanos en diversos campos de la economía que no sólo están relacionados con la propia actividad constructora e inmobiliaria, como la explotación de recursos energéticos, la fabricación de bienes de equipo y la dependencia del ocio, la cultura y el turismo. Fue en el año 2007 cuando muchas compañías constructoras entraron en el sector de las energéticas, dada la íntima relación de ambos sectores, (construcción de centrales nucleares, presas hidráulicas, etc.), posibilitando así que España se hiciera un hueco en el sector de las energías renovables y la explotación energética, que es un sector clave en el mundo y más aún para nosotros, los españoles, dada la dependencia que tenemos de consumo energético del exterior, lo cual supone un peso demoledor en nuestra balanza de pagos de exportaciones-importaciones. En efecto, la expansión del sector inmobiliario-constructor a campos mayores que el ámbito inmobiliario y la obra civil, (que ya de por sí suponen una riqueza incalculable), encuentra en el sector energético un campo de explotación de gran futuro, máxime si tenemos en cuenta que el consumo de energía es directamente proporcional al número de hogares y bienes inmuebles construidos, así como a la cantidad de obra civil que se ejecute con los mismos. Y lo mismo cabe decir de la explotación de recursos naturales y culturales para uso turístico y cultural, que a su vez, está ligada a otro sector económico de gran tradición en nuestro país como es el de la restauración, (restaurantes, cafeterías, clubs, etc.), de la producción de bienes de equipo, (maquinaria, vehículos, etc.), y de la fabricación de bienes muebles, de la cual también tenemos ejemplos de gran calidad y reconocimiento en el mundo.

Asimismo, decir que el sector inmobiliario-constructor, (nombrado peyorativamente como «el ladrillo»), no supone un filón para el desarrollo de la alta tecnología y el I+D+i únicamente delata una ignorancia total sobre el mismo. En la construcción se emplean más ordenadores y tecnología punta que en el resto de las actividades económicas de nuestro país, (salvo en la índustria naviera y automovilística); las posibilidades de desarrollo que tienen los centros de investigación de materiales, recursos energéticos, sistemas constructivos, y un largo etcétera de ramas del sector son suficientes para hacer de España un país pionero en la investigación y la tecnología en la explotación del espacio físico y los recursos energéticos, dos de los campos más productivos e importantes de cualquier economía. Frases como «tenemos que pasar de un país del ladrillo a ser un país Nokia» (Manuel Marín en «Los desayunos» de TVE. Año 2009), no sólo delatan una ignorancia absoluta en materia de economía sino que además suponen un daño indecible al país, pues pretender competir en tecnología de productos informáticos con países que los llevan explotando desde hace muchos años, con mano de obra barata y amplia experiencia en ese sector, es una empresa fracasada de antemano. ¿Por qué no desarrollar la investigación tecnológica en los sectores económicos en los que tenemos experiencia? Sobre todo si tenemos en cuenta las enormes posibilidades de desarrollo que tendría tal simbiosis. ¿Qué supondría para los españoles una menor dependencia energética si se aplicase la alta tecnología a la construcción? ¿Qué significaría para la cohesión del país el desarrollo integral de infraestructuras y sistemas generales? ¿Qué beneficio económico y social tendría la explotación sostenible de nuestros recursos naturales y culturales? ¿Acaso no sería infinitamente beneficioso para España aplicar el I+D+i al sector inmobiliario-constructor? ¿A la fabricación de bienes de equipo, mueble
s, accesorios, alimentación, turismo…? ¿De dónde proviene, en definitiva, esa ortodoxia oficial que dicta que España debe cambiar (nada más y nada menos) su modelo productivo de la noche a la mañana y convertirse en competidor de países como EEUU o Japón en la producción específica de tecnología informática?

Tampoco conviene dejar de lado la archiconocida teoría de que nuestras exportaciones sufren con «el ladrillo», pues en los últimos años, y gracias al crecimiento del sector, España ha podido situarse como potencia mundial en la ejecución internacional de infraestructuras, obra civil y construcción residencial; nuestros técnicos habilitados son reconocidos en todo el mundo, y empresas como la tristemente extinta FADESA, ACCIONA, Ferrovial, etc., habían puesto el nombre de España en lo más alto. Eso también es exportar. ¿Parece lo más razonable atacar estos logros? Y en definitiva, conviene aclarar cual debe ser, por tanto, el sitio de la economía española en el nuevo orden económico mundial en que nos encontramos, con una globalización de mercados en el que las potencias que basan su crecimiento económico en los bajos precios de los productos ofrecidos al mercado, (China, India, etc.), son absolutamente inalcanzables en su modelo, (dado que está basado en la explotación de recursos humanos con salarios extremadamente bajos), y la necesidad de convergencia económica en la UE con la entrada del Euro, (lo que obliga a los países entrantes a ponerse al nivel de economías como la Alemana, que basa su producción básicamente en la calidad de los productos que ofrece al mercado).
 
Tenemos una calidad climática, ambiental y cultural como pocos países en el mundo; nuestra oferta gastronómica, de ocio y turismo, unida a la seguridad y al buen estado de nuestras infraestructuras suponen un filón económico que no debería ser desperdiciado con un modelo turístico de precios bajos, (sobre todo desde que además, pertenecemos al Euro y ya no podemos competir por la diferencia de moneda), sino que debería ser explotado como un turismo de alta calidad, en el que la construcción, como medio de explotación del espacio físico, lejos de suponer un atentado a los recursos naturales y culturales que precisamente son dos de nuestras mejores materias primas, fuera una fuente de riqueza de la cual sentirnos orgullosos y no un arma arrojadiza para vapulear nuestra propia economía y ponernos en evidencia en el extranjero. España tiene calidad; España debería ofrecer esa calidad; y nada mejor que demostrarlo haciendo lo que mejor sabemos hacer, como marca, siendo conscientes del futuro lleno de posibilidades que supone la explotación del espacio físico, las materias primas y los recursos naturales.
 
 

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