En estos últimos años hemos visto cómo Detroit (USA) ha ido degradándose y agotando poco a poco sus recursos. Su decadencia, no por anunciada ha sido menos imparable, y hemos comprobado como ni siquiera medidas extraordinarias como la de Almas de Metal, a la que nos referíamos hace unos meses, han podido parar el derrumbe. Tampoco pudieron hacerlo las últimas medidas tomadas por el superadministrador externo, Kevin Orr, ni los aparentes buenos resultados obtenidos por “los tres de Detroit” -General Motors, Ford y Chrysler- a principios de año.
Y es que la ciudad americana de Detroit -radicada en el Estado de Michigan, al lado de la línea fronteriza con Canadá- viene sufriendo un progresivo deterioro por causas tales como la brutal despoblación, el escaso mantenimiento de la ciudad, la crisis económica, el crimen, el discutible gobierno municipal, etc. Esta semana hemos podido leer, en muy numerosos medios, que la ciudad de Detroit ha caído irreversiblemente en suspensión de pagos.
De todas las reflexiones que he conocido sobre este tema, la de Paul Krugman, publicado en El País, bajo el título de Detroit, la nueva Grecia, es la que más me ha gustado. Y no porque la explique con abundancia de detalles, que no lo hace; incluso pienso que su comparación de Detroit con el país europeo es algo excesiva, no, no, si me place en extremo es porque afirma con claridad la causa ciega de toda decadencia: el azar, el caos ciego que golpea sin tiento: «Detroit parece haber tenido un sistema de gobierno especialmente malo, pero, fundamentalmente, la ciudad solo ha sido una víctima inocente de las fuerzas del mercado… ¿Qué? ¿Las fuerzas del mercado se cobran víctimas? Por supuesto que sí. A fin de cuentas, a los entusiastas del mercado libre les encanta citar a Joseph Schumpeter, que hablaba de la inevitabilidad de la “destrucción creativa”, pero ellos y su público invariablemente se describen siempre como destructores creativos, no como los creativamente destruidos. Pues adivinen: alguien siempre acaba siendo el equivalente moderno de un productor de látigos de carruaje, y ese podría ser usted».
Ese el problema que nos acerca a Detroit, eso es por lo que algunos inmobiliarios la sentimos tan próxima. El Mercado, dice Krugman, -yo creo que es el Caos- es el que hace que en algún momento se tenga la evidencia de que las cosas ya no son como eran, que el entorno se ha vuelto hostil y que nosotros no nos hemos dado cuenta; que la ruina roe nuestros más preciosos bienes y que nuestros métodos y procedimientos de toda la vida no sirvan ya para el nuevo orden. Detroit no se hunde por: “la brutal despoblación, el escaso mantenimiento de la ciudad, la crisis económica, el crimen, el discutible gobierno municipal,…” que decíamos: esas son la consecuencias o efectos laterales que ayudan a matizar la decadencia. La primera causa es la falta de adaptación a las solicitaciones del Mercado (en tiempos de equilibrio económico inestable) o a las solicitaciones caóticas (cuando el mercado ha sido desplazado al borde o filo del Caos). Detroit no ha sabido adaptarse al Cambio y su inadaptación, la ha conducido a la decadencia.
Como sabemos, mientras se está cayendo pero la caída no es irreversible se podrá luchar recuperando los sentidos perdidos, esto es, volviendo a prestar atención a las solicitaciones del entorno mediante sistemas de observación temprana y sistemas de respuesta rápida, pero… ¿y cuando ya estamos demolidos? Véase lo que dice Krugman y piense que aunque sus palabras tienen como objeto a la lejana y bella Detroit, bien podrían aplicarse al derrumbe de nuestro sector inmobiliario español :«…mantengamos desde ya un debate serio sobre la mejor manera en que las ciudades pueden gestionar la transición cuando sus fuentes tradicionales de ventaja competitiva desaparecen. Y mantengamos también un debate serio sobre nuestras obligaciones como país con aquellos conciudadanos que han tenido la mala suerte de encontrarse viviendo y trabajando en el lugar equivocado en el momento equivocado, porque, como decía, el declive es una realidad, y algunas economías regionales acabarán contrayéndose, tal vez de manera drástica, hagamos lo que hagamos.»
Hagamos lo que hagamos, al Caos no se le vence, solo se le sobrevive; pero eso es mucho mejor que terminar en el abismo.
Meditando en el estado del sector inmobiliario español -en la hecatombe padecida por todos nosotros-, he recordado las múltiples referencias que, sobre la decadencia inmobiliaria de determinadas áreas de España, aparecen de vez en cuando en los medios de comunicación. Términos tales como ciudades fantasma, urbanizaciones zombis, suelos abandonados, municipios terminales, promociones inacabadas, la Ciénaga de Srek, etc., no son infrecuentes y todas ellas, se refieren a situaciones de muy difícil reversión… como en Detroit. Y aunque hoy podamos ver el ejemplo de esa ciudad algo lejano para nosotros, no sé… hay algo en su presente apocalíptico, que parece anunciar nuestro camino futuro.
Lo malo de todo esto es que en esa ciudad lleva, al menos una década, luchando contra su decadencia (incluida la inmobiliaria)… y han fracasado; lo peor para nosotros, que eso ha ocurrido en un país mucho más dinámico y con mayor compromiso con el esfuerzo, el éxito y el sentimiento nacional que el nuestro: …aunque no sé, quizás lo más amargo de todo esto sea que no se ve en nuestro Sector ninguna iniciativa coordinada- desde su interior- para hacer frente a la devastación económica que ha caído sobre nosotros. Parece que estamos en lo de : ¡Déjalo ir!