Madrid. No creo que ni siquiera su autor, José Tomaso de Lampedusa, vástago de la vieja nobleza siciliana de toda la vida, hubiese imaginado nunca que una de las frases de su obra El Gatopardo –seguramente gracias a la adaptación cinematográfica que en 1963, el director italiano Luchino Visconti hizo para el cine- se hiciese mundialmente famosa y fuese utilizada a partir de entonces para reflejar multitud de situaciones en muy diferentes contextos y en muy variados estados. Pero el hecho es que si el lector coloca la frase en un buscador de Internet, éste le devolverá una numerosísima y variada lista de todo tipo de casos en los que esa frase resulta utilizada.
En todos ellos se alude a una situación dada que se quiere cambiar por unas u otras razones y sobre las que a partir de un momento se suceden numerosos hechos, actos, decisiones, variaciones y cambios conducentes a alterar el anterior estado… Desafortunadamente, tras todos ellos, se desemboca en una situación en la que siendo aparentemente distinta a la anterior, los hechos fundamentales que la regían, apenas han sido alterados: se trata pues de cambiar todo para que todo siga igual. La fortuna de la frase es indiscutible a pesar de su (aparente) contradicción.
(Repase el lector algunas de las situaciones actuales del mercado inmobiliario español y con la que ha caído, está cayendo y caerá, advierta que probablemente algunas de las cosas más importantes siguen igual. Hoy no voy a extenderme en ello así que tan sólo le dejo una cuestión: ¿Tras el tsunami inmobiliario que hemos padecido: ¿ha cambiado la percepción que sobre los inmobiliarios, tienen nuestros potenciales clientes? )
He recordado aquella frase de Lampedusa al leer esta mañana una nota de Europa Press en la que se daba cuenta de la próxima reforma que las administraciones locales van a sufrir por mor de la próxima ley de Reforma de las Haciendas Locales, al parecer comprometida ya con Bruselas. Que viene la reforma, parece ser cierto; que lo hará de forma inmediata, muy probable; que se necesita, no hay duda; que se producirán ahorros, seguro; que cambiarán muchas cosa, indudable; que se hace con las mejores intenciones, también; que dará pié a críticas y alabanzas, denlo por hecho… y que tras unos meses de reformas apenas se hablará del cambio, más cierto aún. Pero: ¿Y lo fundamental? Pues yo ya no sé qué decirle, porque depende de lo que así se considere. Y, además, el futuro siempre está lleno de sorpresas.
Habrá que esperar, para ver pues como termina pero le avanzo mi amargura y mi creencia que la semilla de Lampedusa también crecerá aquí. Véase si no una de las declaraciones del Secretario de Estado de Administraciones Públicas, Antonio Beteta, quién al presentar esta intención de reforma advierte: “que la reforma no pretende "en ningún caso" eliminar ayuntamientos, pero sí elevar su eficacia y eficiencia.” Es decir, de lo radical, ni hablamos.
Provengo de una zona de Teruel en la que alrededor de unos pocos kilómetros cuadrados existen ocho pueblos, en lo que el que yo he nacido es el mayor y su población censada no pasa de 390 personas. Y me temo que en muchos otros casos, los datos que podrían aportarse alrededor de la urgente necesidad de reducir su número, son incontrovertibles. Pero por lo que pinta –gatos jaspeados en vez de leopardos- nuestros políticos “en ningún caso” van a paliar ese desastre… ¡Que el diablo se los lleve!
No quiero dejar este artículo sin llevarle a otro en el que encontrará una serie de datos sorprendentes sobre este hecho y es que, en otros lugares en los que Lampedusa ha sido erradicado, sí se acometen reformas locales serias. Y así, en la dirección que le indico, leerá cosas tan sorprendentes como que “entre los años 50 y los 70, varios países (europeos) redujeron sustancialmente el número de sus municipios y que en los últimos dos años Grecia, Italia y Portugal han impuesto fusiones, por la crisis”, o como esta otra: “Bélgica, que tenía 2.669 municipios en 1950, los agrupó en 1992 dejando tan solo 589 (un 78 % menos).”… Bélgica, país gobernado por leopardos y no por gatospardos… ¡qué envidia!
Miguel Villarroya Martín /Arroyo de la Vega/ Madrid/España