Durante los años 60 en España muchas familias decidieron dejar sus pueblos y marchar a las grandes ciudades para iniciar una nueva vida aprovechando las múltiples oportunidades que ofrecía la capital.
Así empezó la oleada de urbanización, las ciudades dormitorio, el aumento del tráfico, de la actividad, la competitividad, la riqueza, pero también el incremento del consumo de combustibles fósiles, de las emisiones de CO2 y el empobrecimiento de los pueblos.
Después de tantos años en los que la sociedad del bienestar no ha hecho más que progresar a través de las diferentes formas de aparente comodidad que han ido surgiendo, seguimos siendo tan vulnerables como antes del conocimiento del fuego a los cambios que la naturaleza tenga a bien introducir en nuestra forma de vida. Sin duda hoy el gran reto al que se enfrenta el hombre es la lucha contra el cambio climático.
Son muchas las iniciativas y compromisos que desde Europa se vienen planteando para frenarlo, destacando el 20 – 20 – 20 y que no sabemos, por cierto, si España conseguirá cumplir.
Las energías renovables, en este contexto, han cobrado protagonismo, no sólo en la industria, sino también en el sector doméstico residencial. El paso hacia nuevos modelos de consumo de energía y de fuentes de energía es una evolución natural de cómo han ido sucediéndose las cosas. La biomasa térmica es un ejemplo claro de ello.
El número de instalaciones ha crecido considerablemente en los últimos años: Proyectos de district heating, estufas de pellet para chalets o calderas en comunidades de vecinos que deciden dejar atrás el uso del gasóleo y apostar por un combustible ecológico y competitivo en precio como es la biomasa.
Ésta, además, es la renovable que más empleo genera y, precisamente, no es casualidad que sea justamente en zonas rurales, en esas zonas que se quedaron casi desiertas cuando se emigró a la ciudad. No debemos olvidar que España es rica en biomasa, casi el 80% de los recursos no se aprovechan y permitimos que ardan cada año en los incendios de verano.
La biomasa, al ser gestionable, ha de contar con mano de obra en toda su cadena de valor hasta llegar a la caldera del cliente. El ciclo empieza siempre en las zonas rurales, generando riqueza y ocupación.
Al haber entrado en vigor la necesidad de un certificado energético en edificios y estar siendo impulsadas políticas más contundentes de rehabilitación, el círculo de actuación de la biomasa térmica se abre cada vez más.
Además, hay que tener en consideración que el gasóleo ha aumentado su precio en los dos últimos años más de un 30%, mientras que la biomasa, al no depender de mercados internacionales, puede ofrecer un precio más competitivo.
Decidir apostar por una caldera de biomasa, por ejemplo, en lugar de seguir con los combustibles tradicionales, conlleva evitar emisiones de CO2, contribuir al desarrollo rural, a la reducción de la dependencia energética y a la consecución de los objetivos de cara a 2020.
Esta semana se celebra la EU Sustainable Energy Week (EUSEW), impulsada por los países miembros con el objetivo de concienciar a la población sobre un cambio de comportamiento energético. Cada vez existen más modelos y nuevas opciones más sostenibles, se puede lograr una mayor eficiencia energética sin renunciar a las comodidades tradicionales; es más, eligiendo una solución sostenible, se consigue una cierta armonía entre factores económicos, sociales y medioambientales que ayudan a unir de nuevo el campo y la ciudad.
Roberto de Antonio
Socio Fundador de Factorverde