Madrid. Los grandes puntos de destino del litoral mediterráneo, donde se suelen concentrar la mayoría del turismo nacional y buena parte del foráneo, vive este verano una situación curiosa. Uno llega a cualquiera de estos puntos con la idea de certificar si efectivamente se nota la crisis. Y, aparentemente, no mucho.
Las playas, si no tan abarrotadas como otros años, siguen teniendo problemas de ‘overbooking’ al borde del mar para colocar sombrillas y tumbonas, sobre todo por la mañana, y por las tardes, tras la siesta o las interminables partidas de cartas, la gente suele salir de sus alojamientos para dar un paseo. Hasta aquí, todo más o menos normal.
Pero la normalidad de otros veranos deja de serlo cuando se observan las terrazas de bares, cafeterías o restaurantes. Ahí, la cosa es bien distinta. “Es el peor verano desde que comenzó la crisis”, comentan la mayoría de los encargados de estos establecimientos.
Y no les falta razón. Aquí, las sillas vacías siempre son más que las ocupadas, y los trabajadores de los locales se afanan por atraer a los clientes que, casi siempre, pasan de largo. Una cerveza por aquí, un helado por allá, y ahí queda la cosa. De comidas familiares en restaurantes, con cuentagotas y, si acaso, una en todas las vacaciones.
Los datos ofrecidos por los hosteleros valencianos sobre el pasado mes de julio no dejan lugar a dudas, apreciándose una caída del turismo y del consumo interno del 7,21%, que se agudiza en los locales de ocio, bares y restaurantes hasta un retroceso del 19%, de casi el 12% en el caso del pequeño hospedaje, y de cerca de un 6% en bares y restaurantes 5,61%.
Y la tendencia parece estar manteniéndose en este mes de agosto, que lleva camino de presentar cifras similares cuando cierre en un par de semanas. N siquiera el ‘puente’ de agosto, providencial otros años, sirve de acicate por su mala situación en el calendario. “Esto ni es puente ni nada”, se quejan algunos hosteleros.