Madrid. La prima de riesgo en torno a los 510 puntos y el diferencial del bono español a diez años pagándose a un interés del 6,5% –inasumible para España durante muchos días– ha sido la respuesta de los mercados a esos 23.500 millones de euros de rescate que necesita Bankia para sobrevivir.
Y es que ahora se ha puesto de manifiesto, como muchos venían vaticinando desde hace meses, que era mentira todo lo que hasta ahora había comunicado el grupo BFA-Bankia en relación al alcance real de su exposición inmobiliaria. Que, al menos, existen otros 10.000 millones de euros adicionales de posibles pérdidas, tanto en lo que se refiere al cobro de los créditos otorgados como a las minusvalías adicionales de los activos adjudicados.
La pregunta que se hacen ahora los inversores internacionales es si ese pufo adicional es extrapolable al resto del sistema financiero. Muchos creen que sí, y que esta sería la razón inevitable para que España solicite el rescate europeo para su banca.
Según los datos oficiales, antes de la reformulación auditada de las cuentas, BFA-Bankia contaba con 31.800 millones en activos tóxicos del ladrillo, pero ahora son ya cerca de 42.000 millones. Si nos ceñimos estrictamente a la entidad cotizada, Bankia, que sumaba hasta activos problemáticos inmobiliarios por casi 21.300 millones, ya reconoce que ahora son 31.000 millones.
Básicamente, el incremento vendría motivado por los créditos subestándar, todavía no en mora pero en riesgo de serlo por la insolvencia de quienes los recibieron. Entrarían aquí todos esos artificios contables, vía refinanciaciones, que hasta ahora se han venido practicando para huir hacia delante, de forma que las entidades financieras no asumieran las altísimas provisiones que provocaría la caída en concurso de acreedores de muchas empresas promotoras, algunas de ellas con pasivos superiores a los 2.000 millones de euros. Un agujero insostenible de asumir.
El problema es que esta estrategia de BFA-Bankia es la misma que ha seguido el conjunto de las entidades financieras españolas. De ahí que nadie se crea las cuentas que hoy están encima de la mesa.