La eficiencia energética se ha convertido en un eje clave de las políticas de descarbonización en Europa. En España, los hogares consumen más del 20% de la energía total, lo que convierte a la vivienda en un terreno estratégico para reducir emisiones y abaratar costes. Sin embargo, apenas un 9% de la población ha mejorado el aislamiento de su vivienda en los últimos seis meses, muy por debajo de la media europea. Esta inacción no solo impacta en el clima, sino que también abre la puerta a riesgos invisibles para familias y edificios.
Un estudio reciente del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía y la Asociación Nacional de Fabricantes de Materiales Aislantes alerta de que la ausencia de aislamiento multiplica el gasto y acelera la obsolescencia de los inmuebles. La Comisión Europea, en su estrategia Renovation Wave, sitúa la rehabilitación de edificios como una de las prioridades para 2050, subrayando que actuar ahora es imprescindible para alcanzar un parque edificatorio más saludable y competitivo.
Los expertos advierten que las consecuencias de ignorar la eficiencia energética van más allá de la factura: pérdida de confort, deterioro estructural y mayor vulnerabilidad social. Frente a ello, el aislamiento térmico se consolida como una medida determinante, con impacto directo en la salud, en el bienestar y en el valor del inmueble.
Datos relevantes
El 20% del consumo energético en España procede de los hogares.
Solo un 9% de los españoles ha mejorado el aislamiento en los últimos seis meses.
Las viviendas con aislamiento insuficiente pierden hasta un 30% de energía.
La falta de aislamiento puede suponer un sobrecoste superior a 500 € al año.
Hasta un 20,8% de los hogares españoles no pudo calentar su vivienda en 2024.
Las propiedades eficientes se venden de media un 9,7% más caras.
¿Qué riesgos económicos supone vivir en una vivienda ineficiente?
Las consecuencias económicas de la ineficiencia se acumulan de forma silenciosa: desde facturas energéticas más elevadas hasta una depreciación notable del valor del inmueble en el mercado. Una vivienda con baja calificación energética no solo cuesta más de mantener, también se convierte en un activo menos competitivo, que tarda más en venderse o alquilarse. En paralelo, obliga a las familias con menos recursos a destinar un porcentaje creciente de sus ingresos a cubrir un gasto energético que podría reducirse mediante rehabilitación.
¿Cómo afecta la falta de aislamiento al bienestar y a la salud de los habitantes?
El impacto en la calidad de vida es directo: temperaturas irregulares, condensación, humedad o moho afectan al descanso y al confort. Estas condiciones pueden derivar en problemas respiratorios, sensación de fatiga e incluso mayor riesgo de ansiedad o depresión. La ausencia de medidas de aislamiento adecuadas no solo compromete la salud física, también incide en el bienestar emocional, transformando el hogar en un espacio menos seguro y saludable.
Invertir en eficiencia energética no es solo una cuestión de ahorro: es una apuesta por la salud, el confort y el futuro de las viviendas.
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Seis riesgos invisibles de las viviendas energéticamente ineficientes según Sto Ibérica
La ineficiencia energética de los hogares se ha convertido en uno de los principales frentes de las políticas nacionales y europeas de descarbonización y lucha contra el cambio climático. No es casual: según datos del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), las viviendas españolas consumen más del 20% de toda la energía nacional, lo que convierte a este ámbito en un objetivo prioritario dentro de las estrategias de rehabilitación. Entre todas las medidas posibles, el aislamiento térmico se ha consolidado como la más determinante, tanto por su impacto en la reducción de emisiones como por su capacidad de generar ahorros directos en la factura energética.
Sin embargo, el valor del aislamiento no se limita al terreno económico o medioambiental. Su ausencia acarrea una serie de consecuencias que, aunque menos visibles a primera vista, afectan al confort y la salud de los usuarios, así como a la durabilidad de los edificios. Teniendo en cuenta que, según la Asociación Nacional de Fabricantes de Materiales Aislantes, en los últimos seis meses solo un 9% de los españoles ha mejorado el aislamiento de su vivienda para reducir el consumo energético, frente al 14% de media en Europa, resulta evidente que muchas de las consecuencias de la ineficiencia siguen pasando desapercibidas.
Para ponerlas en evidencia, los expertos de Sto Ibérica, filial de la compañía alemana líder en el desarrollo y suministro de soluciones constructivas innovadoras, han identificado los principales costes invisibles de vivir en una vivienda ineficiente energéticamente.
• Pérdida de hasta un 30% de energía. Según la Asociación Española de Fabricantes de Lanas Minerales, las viviendas con un aislamiento insuficiente pueden perder hasta un 30% de la energía a través de techos, paredes y suelos. En la práctica, esto significa que aunque la calefacción o el aire acondicionado funcionen correctamente, gran parte del calor en invierno o del frescor en verano se escapa al exterior sin aprovecharse. El resultado es un consumo energético mucho más elevado del necesario y un impacto ambiental mayor.
• Sobrecoste económico a largo plazo. En línea con lo anterior, en una vivienda de 90 m2 la falta de un aislamiento adecuado puede generar un gasto extra superior a 500 €, lo que equivaldría a más de 15.000 € en un periodo de 30 años. Es un coste invisible que se va sumando poco a poco, y que aunque muchas veces pasa desapercibido, supone una carga real y constante para la economía del hogar.
• Mayor riesgo de caer en pobreza energética. Casi el 58% de los edificios se construyeron sin ninguna normativa de eficiencia energética, según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Una carencia que tiene resultados directos: el Informe sobre el Estado de la Unión de la Energía 2024 indica que hasta un 20,8% de los hogares españoles no pudieron mantener su vivienda a una temperatura adecuada durante el invierno pasado, el doble del promedio europeo (10,6%). En estas condiciones, las familias se ven obligadas a destinar una proporción creciente de sus ingresos al consumo energético, reduciendo su margen para otros gastos esenciales y aumentando el riesgo de vulnerabilidad económica en los hogares con menos recursos.
• Pérdida de valor del inmueble en el mercado. Según el estudio “¿Influye la eficiencia energética en el precio del inmueble?” del Banco de España, las propiedades con calificación energética A o B se venden de media hasta un 9,7% más caras que aquellas con F o G. No obstante, aunque las viviendas menos eficientes puedan tener un precio inicial más bajo, pierden competitividad en el mercado, ya que suelen tardar más en venderse o alquilarse, e incluso pueden quedar fuera de la comparativa frente a otras propiedades mejor valoradas. Una situación que podría deberse a que los compradores actuales, conscientes de los beneficios que aporta en ahorro de costes, confort y sostenibilidad ambiental, valoran cada vez más la eficiencia energética.
• Bienestar y calidad de vida, otro de los grandes afectados. La falta de aislamiento y ventilación adecuada puede favorecer la acumulación de humedad o moho y provocar variaciones de temperatura dentro del hogar. Esto puede tener consecuencias en la salud y bienestar de los habitantes del inmueble, generando molestias como sensación de frío o calor, cansancio o sueño menos reparador, e incluso aumentar el riesgo de padecer trastornos como ansiedad o depresión.
• Deterioro estructural y mayores costes de mantenimiento. Al gasto directo en calefacción o aire acondicionado, se suma el impacto en la conservación del edificio. La exposición continua a cambios térmicos y a la humedad incrementa el riesgo de fisuras, condensaciones y daños en los materiales, que a medio y largo plazo pueden derivar en reparaciones costosas. Frente a esta problemática, la implementación de sistemas de aislamiento térmico exterior (SATE o fachadas ventiladas) supone una inversión estratégica que reduce el consumo desde el primer momento, protegiendo la vivienda y evitando futuros costes asociados al mantenimiento.
