Madrid. No suele ser muy habitual que un organismo internacional de la entidad del Fondo Monetario (FMI) ponga en solfa la gestión de sus antiguos dirigentes. Se suelen guardar las formas y no airear a los cuatro vientos lo que, de verdad, se piensa. No ha ocurrido con la etapa de Rodrigo Rato al frente de la organismo entre 2004 y 2007. Un informe recientemente publicado concluye que en esa etapa no se tomaron las medidas adecuadas para vislumbrar la crisis que se avecinaba. Es más, se apunta a que algunas de las previsiones iban en sentido opuesto a lo que realmente iba a suceder.
“El FMI no anticipó la crisis, su ritmo ni su magnitud y, en consecuencia, no pudo advertir a sus miembros”, reconoce el informe de su auditor, que pone como ejemplo el seguimiento hacia las prácticas más destructivas o hacer caso omiso a las evidentes señales de alerta, así como una doble vara de medir, muy duro con los países emergentes y mucho más complaciente con los países ricos, en especial Estados Unidos, que acabó siendo el foco de la crisis.
No obstante, el informe, elaborado por la Oficina de Evaluación Independiente del FMI reconoce que muchos de esos problemas no aparecieron con Rato, sino que se han ido arrastrando en el organismo durante más de una década. Los informes de evaluación del FMI no tratan de hacer un balance de los logros y los fracasos, sino básicamente de señalar lo que se hizo mal, lo cual introduce un sesgo negativo.
Fuentes próximas a Rodrigo Rato ven saludable ese ejercicio de autocrítica, pero indican, por otro lado, que el informe olvida que desde la crisis asiática las competencias de supervisión de la estabilidad financiera no correspondían al FMI, sino al G-7, y dentro de él al Foro de Estabilidad Financiera. Fue en otoño de 2006 cuando el FMI empezó a publicar informes de estabilidad financiera, un encargo que Rato hizo a Jaime Caruana. En esos informes del Fondo sí se alertó de algunos de los riesgos financieros, aunque no se acertó a ver sus repercusiones macroeconómicas.
El informe remitido al francés Dominique Strauss-Kahn, quien sucedió a Rato al frente FMI, pone ejemplos sangrantes el que se pusiera a Islandia como modelo de un sistema financiero “robusto y resistente”, antes de que todo el mundo viera cómo la banca islandesa se derrumbó arrastrando al país a la crisis más grave de su historia. O las reiteradas recomendaciones para que se siguieran las políticas y prácticas de innovación financiera de EE UU y Reino Unido, que acabaron con buena parte de sus sistemas financieros en quiebra.
Así, cuando la burbuja inmobiliaria en EE UU estaba a punto de tocar techo, el organismo seguía sosteniendo que la baja morosidad de las hipotecas residenciales –las después conocidas como ‘subprime’–, unida a la titulización del mercado hipotecario, sugerían que “el impacto de un frenazo del mercado de la vivienda sobre el sistema financiero sería probablemente limitado”.
Informes claramente desacertados que eclipsaron otros con mayor dosis de acierto, como por ejemplo los relativos a la burbuja inmobiliaria en España o los problemas en algunos países pequeños y al prevenir sobre los desequilibrios globales que, en su opinión, podían provocar una fuerte caída del dólar y hundir a la economía global en una recesión. Pero no se trazó un vínculo con la acumulación del riesgo en el sistema financiero.