A lo largo de la historia, los grandes incendios no solo han dejado un rastro de destrucción y dolor, sino que también han servido como catalizadores para reformas legislativas y transformaciones urbanas profundas. Estos desastres suelen poner en evidencia deficiencias en la planificación urbana, la respuesta de emergencia y la seguridad edilicia, llevando a los gobiernos a implementar cambios normativos en un intento por prevenir catástrofes similares en el futuro.
Roma arde… y cambia para siempre
Uno de los primeros incendios que cambió la historia ocurrió en el año 64 d.C., cuando Roma ardió durante seis días bajo el gobierno del emperador Nerón. La mitad de la ciudad quedó reducida a cenizas. La historia ha sido salpicada por la famosa leyenda. Algunos cronistas decían que Nerón tocaba la lira mientras la ciudad se quemaba, pero más allá del mito, lo cierto es que el desastre provocó un antes y un después en la forma de construir.
Tras el incendio, Nerón ordenó que las nuevas viviendas se construyeran con piedra en lugar de madera, que las calles fueran más anchas y que los edificios tuvieran límites de altura. Por primera vez, se pensó en una ciudad con criterios de seguridad más allá de la estética.
El Gran Incendio de Londres: más ladrillo, menos tragedia
Más de mil años después, en 1666, Londres vivió una tragedia similar. Un incendio que comenzó en una panadería arrasó la ciudad medieval en solo cuatro días, destruyendo más de 13.000 casas. Pero también fue el inicio de un cambio profundo: se prohibió construir con madera, se usaron materiales resistentes al fuego como ladrillo y piedra, y se rediseñaron calles más amplias para evitar la propagación de futuros incendios. Fue, en muchos sentidos, el nacimiento de la arquitectura moderna basada en la seguridad.
Chicago, 1871: el fuego que impulsó la ciudad vertical
En América, el Gran Incendio de Chicago en 1871 marcó otro punto de inflexión. La rápida expansión urbana, sumada a construcciones precarias en madera y la falta de sistemas eficientes de bomberos, propiciaron la tragedia. Como respuesta, las autoridades implementaron nuevas normativas de construcción resistentes al fuego, lo que a su vez impulsó el uso del acero y la innovación arquitectónica. Este contexto fue clave en el surgimiento del rascacielos moderno y el auge de la llamada «Escuela de Chicago» en arquitectura.
La lección es inequívoca: una crisis tiene el poder de catapultar la adopción de soluciones tecnológicas ya disponibles, pero que hasta ese momento aguardaban un empujón cultural y regulatorio.
Lecciones que siguen vigentes
Incluso actualmente, los incendios siguen provocando cambios. El caso de la torre Grenfell en Londres, en 2017, que causó 72 muertes, puso en evidencia los fallos de las regulaciones sobre revestimientos combustibles en edificios. A raíz de este desastre, se revisaron normativas de seguridad en casi todo Europa y se intensificó la vigilancia sobre materiales de construcción.
El incendio de Campanar: ¿por qué no hubo un cambio normativo?
En febrero de 2024, un incendio devastador arrasó un edificio de 14 plantas en el barrio de Campanar, en Valencia, causando la muerte de diez personas y dejando 138 viviendas destruidas. La conmoción social fue inmediata y, como suele ocurrir, pronto se multiplicaron los mensajes de condolencia y los compromisos de iniciar estudios para mejorar seguridad.
A pesar de la magnitud de la tragedia, la respuesta normativa se hace esperar. Aunque el Ayuntamiento de Valencia implementó medidas como la exigencia de una ficha de intervención operativa para nuevos edificios y la bonificación del 95% del ICIO para comunidades que renueven fachadas con materiales no combustibles, a nivel estatal, la normativa nacional no ha experimentado cambios.
Esta falta de acción plantea una reflexión: ¿por qué, a pesar de las tragedias, no se implementan cambios normativos más contundentes? La respuesta parece residir en una combinación de factores, entre ellos la falta de voluntad política, la presión de la industria de la construcción y la escasa conciencia pública sobre los riesgos asociados a ciertos materiales. La complejidad administrativa y el deseo de evitar decisiones apresuradas también juegan un papel importante. No obstante, la experiencia internacional demuestra que es plenamente viable avanzar con rigor.
Conclusión: del fuego al cambio
La historia demuestra que, aunque devastadores, los grandes incendios han servido como desencadenantes para revisar las normas, mejorar la seguridad y replantear el diseño urbano. Cada tragedia ha empujado a las sociedades a enfrentarse con sus propias vulnerabilidades y a construir entornos más seguros y resilientes. Es un recordatorio sombrío, pero necesario, de que muchas veces el cambio solo llega después de que las llamas revelen nuestras debilidades. De ahí que resulte esencial consolidar una cultura de prevención que no dependa de la última tragedia, sino de un compromiso continuado con la evidencia técnica y el interés general.
A pesar de que el Observatorio de Nuevos Riesgos de Incendio ha impulsado un manifiesto por el cambio, respaldado por más de 18 entidades representativas de la ingeniería, los servicios de emergencia y el sector asegurador, los avances normativos siguen sin llegar.
Hace más de siete meses solicitamos una reunión con el Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana, que expresó su disposición a mantener ese encuentro necesario. Sin embargo, seguimos a la espera de que esa voluntad se traduzca en un espacio real de diálogo técnico.
Precisamente este tipo de interlocución serena, documentada y basada en la evidencia es la que permite que las normas evolucionen con consenso, rigor y una hoja de ruta clara para todos los actores implicados.
Porque las reformas más efectivas no nacen de la urgencia, sino de la prevención sostenida y del compromiso con el interés general.
Y, sin embargo, la historia se repite: solo después del desastre las autoridades parecen tomar conciencia de los riesgos invisibles.
¿Será verdad que España sigue siendo diferente?
¿Necesitaremos un nuevo siniestro para reaccionar?
¿De verdad deben perderse más vidas para que se actualice un Código?
La respuesta no debería depender de la próxima tragedia, sino de una convicción compartida:
proteger la vida y el patrimonio es el primer deber de cualquier política pública que aspire a ser verdaderamente sostenible.
