Madrid. Ya hace mes y medio que nada se sabe acerca de la decisión que tomará Sheldon Adelson sobre si será Madrid o será Barcelona –si es que finalmente es alguna de estas ciudades o todo se va al garete– el lugar donde emplazará Eurovegas, su nuevo complejo de ocio con grandes megacasinos y hoteles. Desde las visitas de su número dos, Mike Leven, a finales de junio, nada de nada. Ni una filtración.
Normal. Con la que le está cayendo a Adelson en medio mundo, es normal que esta operación haya quedado relegada a un segundo plano. Desde entonces, su buena estrella ha dejado de alumbrar, y sus negocios, tanto dentro de Estados Unidos como fuera, se han convertido en un arma arrojadiza de la precampaña electoral en la que el presidente Barack Obama busca la reelección.
Han sido las contribuciones generosas de Adelson a la causa republicana, o más bien el origen de las mismas el origen de todos los males. El propio Gobierno chino, el FBI, el Departamento de Justicia de Estados Unidos y la SEC (la CNMV estadounidense, para entendernos) andan con la mosca tras la oreja tratando de comprobar la legalidad de esas cantidades, de si son realmente limpias o proceden de operaciones de ingeniería financiera.
El tema ha entrado de lleno en campaña y los medios de comunicación se están poniendo las botas. Es lógico, Adelson ya puso en la anterior elección 35 millones para apoyar al congresista Newt Gingrich y se comenta la posibilidad de que ahora ha triplicado los fondos para hacer lo propio con a Mick Romney, el candidato republicano a la presidencia.
El principal eje de la investigación federal se centra en los negocios del magnate en la ciudad China de Macao por supuestos sobornos de su filial Sands China a funcionarios públicos, según acaba de publicar The New York Times, y, en concreto en las actividades del antiguo consejero delegado de Sands China Steve Jacobs. Puede ser la ‘garganta profunda’ que esté tirando del hilo al cooperar con la Justicia tras ser despedido hace dos años.