sábado, 7 junio 2025
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La necesidad del certificado energético y el ‘satanismo’ de la arquitectura de los 70

Hoy es el día; finalmente los rumores sobre una prórroga de tres meses para que el aparato legislativo en torno a la eficiencia energética estuviese completado (por ejemplo estas tres: creación y puesta en marcha de todos los Registros de Certificados energéticos en todas las autonomías, determinación de la lista de Técnicos Competentes para esta tarea, aprobación definitiva de las cuantías de las sanciones)  no se ha concretado.

Así que la obligación establecida por el Real Decreto 235/2013, de 5 de abril, por el que se aprueba el procedimiento básico para la certificación de la eficiencia energética de los edificios, a partir del cual, el 1 de junio de 2013 los propietarios de ciertos inmuebles tendrán  “… la obligación de poner a disposición de los compradores o usuarios de los edificios un certificado de eficiencia energética que deberá incluir información objetiva sobre la eficiencia energética de un edificio y valores de referencia tales como requisitos mínimos de eficiencia energética con el fin de que los propietarios o arrendatarios del edificio o de una unidad de éste puedan comparar y evaluar su eficiencia energética.”, ha llegado a su meta de salida.

Obligatorio pues, hoy hablaremos aquí de cómo puede justificarse la necesidad de su existencia.

Justificar la necesidad de esta tarea puede hacerse de muchas formas y de hecho el R. D. lo hace abundantemente en su texto apoyándose, por ejemplo, en requerimientos legales europeos,  en la necesidad de ahorro de energía, en la disminución del coste energético, en el  incremento de la defensa de los consumidores, en los beneficios derivados de la mejora de la contaminación, etc., así que yo no voy a repetirlo aquí.

Podríamos  añadir incluso otros tales como la repercusión económica en el sector inmobiliario y sectores afines que puede anticiparse como favorable, la repercusión en el mercado técnico de soluciones energéticas disponibles  o la nueva, aunque magra, vía laboral que se ofrece a las clases técnicas… pero yo voy a hacerlo utilizando  tan sólo un punto: el desastroso  estado de muchas de las viviendas que el desarrollismo de la construcción en España trajo consigo. La necesidad de construir rápido y barato, el enorme número de viviendas sociales ejecutado, la escasa normativa técnica energética de la época, la casi inexistente conciencia de ahorro de energía, la ceguera respecto de los costes de uso, a largo plazo, de las viviendas construidas, etc., ha  producido un enorme parque de casas energéticamente ineficaces y / o  muy deficientes.  

Y eso ha producido enormes costes derivados de las malas soluciones técnicas que se introdujeron en las obras durante muchos años y que el lector conoce bien: carpinterías de hierro que se desajustaban enseguida, con vidrios casi, casi, de papel; aislamientos térmicos primitivos, escasos y ausentes en muchos casos; puentes térmicos no tratados; sistemas de calefacción o refrigeración ausentes en algunos casos o inadecuados las más de las veces; cubiertas con capacidad de aislamiento térmico muy escaso, porches descubiertos sin aislamiento, etc.

Y legislaciones técnicas muy ligeras –eran los tiempos del “Kg”- permisivas, o estrictas en otros puntos, escasamente controladas, que a pesar de sus cuadros de sanciones por incumplimiento de las normas eran fácilmente superables o escasamente ejemplares.  Y con denuncias que se eternizaban y terminaban en muchas ocasiones con el aburrimiento indignado de los demandantes.

Pero lo peor de todo ha sido los costes invisibles de todo ese desastre. Como la eficiencia energética, sí trae a cuento – a cuenta- el no lograrla, no. Y por ello el despilfarro económico que un parque deficiente de viviendas como el que tenemos ha supuesto –y seguirá suponiendo mientras no se remiende el desastre energético entre el que vivimos- es incalculable. Y aunque sólo fuese por eso la necesidad del certificado energético me parece inapelable. Así que:  ¡Bienvenido sea! (Y también el resto de normativa relacionada,  tal como la inminente ley de Rehabilitación.)

Pues bien, hace unos días he recordado esa situación caótica cuando al leer sobre determinados sistemas de recubrimiento energético  caí en la lectura de algunos de los comentarios que la noticia suscitaba entre los lectores de ese artículo. Uno de ellos decía así:

“#24   #17 El cabrón que diseñó el bloque donde yo vivo era un seguidor de Satán. Cuando hagan una historia de la arquitectura de España, le deberían dedicar un capítulo entero al Satanismo en la arquitectura de los años 70. Su lema es, tenemos que conseguir que la temperatura de dentro sea la misma que en el exterior.”

No me dirá que no es un comentario ocurrente; lo de amargo y tenso ni lo comentamos pero la agudeza de su última frase es excepcional… (Quizás sería más justo haber escrito: la construcción de los años 70 y haber ampliado un poco ese plazo temporal, pero la sentencia es muy buena.)

Y esto me ha recordado la visita que tuve que hacer, a finales de los 70, a un bloque de viviendas en Viladecans  (Barcelona). La empresa en la que trabajaba entonces había entregado un bloque de viviendas en una zona llamada Torrerroja y dada la escasa calidad técnica que poseía la carpintería instalada algunos vecinos habían denunciado “que les entraba agua por las ventanas cuando llovía.” Las viviendas eran de protección oficial y el precio de venta había sido muy, muy barato (por debajo del módulo, si recuerdo bien). Así que la queja era cierta, estaba justificada y había sido denunciada. (Otra cosa es que la queja estuviese mal argumentada y peor dirigida pues entre otras cosas no se quejaba de las otras consecuencias de la falta de estanqueidad de la carpintería.)

Por aquellos tiempos empezaban las trasferencias a las autonomías y la de Vivienda acababa de serlo. Así que la resolución del problema tenía que hacerse frente al departamento de vivienda de aquélla autonomía y no frente al Ministerio Nacional de la Vivienda. Y allí estaba aquella mañana el aparejador de la Generalidad esperando al de Madrid, al pie del bloque de viviendas,  para “dar una cornada a la empresa de Madrid” causante de aquel estropicio. Desde el primer momento sentí la hostilidad del interlocutor y presumí que aquello iba a terminar mal para nosotros. Y esa sensación de que iba a volver a Madrid con un informe muy desfavorable del técnico de la Generalidad, pues había razones objetivas para ello, me acompañó hasta unos momentos después de que nos abriesen la puerta de la vivienda.

¿Qué pasó entre el instante en el que se abrió la puerta y esos momentos después en lo que percibí que la situación había mejorado mucho para mí? Pues algo difícilmente imaginable con anterioridad –la cita estaba establecida y confirmada con anterioridad- y escasamente olvidable después de ocurrido. Y es que nos abrió la puerta una bella joven –la dueña de
la casa- muy, muy, muy escasamente vestida. No quiero disculparla pero aquellos días realmente estaba haciendo un tiempo muy caluroso y al fin y al cabo, élla estaba en su casa.)  Y enseguida me di cuenta del efecto que aquella semidesnudez  obraba sobre el de la Generalidad por lo que procuré que ella fuese delante enseñándonos su… casa, sus… ventanas, etc., dejando que el contrario fuese detrás -yo en último lugar- y procurando que la joven me hablase a mí y reparase poco en el otro. Consecuentemente el de la Generalidad estuvo, al menos, tan atento a lo que allí nos llevaba como a los encantos naturales que la bella joven mostraba con tanta espontaneidad.  Días después la debilidad de su informe fue seguramente la causa de que el problema se resolviese para mi empresa con menor daño del esperado.

Siempre he pensado que si bien seguramente el dios escandinavo de las travesuras Loki (Loke, Luque) jugó aquella vez a mi favor, el daño no denunciado: la absoluta ineficiencia energética de la vivienda, ha tenido que seguir afectándola desde entonces haciendo más caliente la casa en verano y más fría en invierno, y que a su falta de confort deberíamos sumar el coste energético oculto consecuencia de “la baja definición técnica de los materiales y sistemas” que creo recordar indicaba en algún lugar la denuncia original.

Por eso creo que siempre que lea algo que cuestione la necesidad de la eficiencia energética y su articulación, recordaré aquella excepcional visita. Es probable que la belleza de aquella joven de Torrerroja se haya marchitado con el paso del tiempo pero me temo que no haya ocurrido lo mismo con la ineficiencia de aquellas viviendas.

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