La bolsa de plástico es un producto que malgasta grandes cantidades de materiales y energía para su fabricación, y a veces, muchas, se usa una sola vez. Y no son pocas precisamente. En España utilizamos unas 250 bolsas por habitante y año.
Se fabrican a partir del petróleo, un recurso no renovable, costoso, cada vez más escaso y responsable de la emisión de gases de efecto invernadero, es decir, del cambio climático. Su reciclaje no es rentable: cuesta 100 veces más reciclarlas que producirlas nuevas.
La mayoría acaba en el mar o quemada en las incineradoras y en los hornos de cemento. Se han encontrado bolsas flotando al norte del Circulo Ártico y en lugares remotos del Atlántico Sur. Contaminan durante su fabricación y su incineración. Algunas están impresas con tintas tóxicas y tardan entre 150 y 1.000 años en descomponerse.
Su dispersión en la naturaleza causa mortandad de animales en el medio terrestre y acuático. Las tortugas, los delfines o los cachalotes, por ejemplo, se las comen porque las confunden con medusas y calamares.
Es cada vez más frecuente encontrarlas en cadáveres de animales marinos porque provocan el bloqueo, irritación o laceración del tracto digestivo y reducen la cantidad de alimento que los animales pueden ingerir.
Además, serían de fácil sustitución por sistemas tradicionales, como bolsas de tela, carritos o cestas, de papel. Eso sí habría que hacer un esfuerzo por parte de todos (ciudadanos, ayuntamientos, comerciantes y cadenas comerciales) para animar a todos a sustituir las bolsas de plástico gratuitas por otro tipo de recipiente más resistente y duradero.
Los acuerdos voluntarios de sustitución o de cobro serían idóneos para frenar el consumo generalizado de bolsas, pero seguramente sería insuficiente, por lo que haría falta que el Gobierno gravase el consumo indiscriminado y gratuito de bolsas de plástico. Un dinero que se podría invertir en investigación y desarrollo de tecnologías de producción limpia que minimicen la generación de residuos y en mecanismos para eliminar las bolsas de un solo uso.
Bastaría con ver lo que sucede en las grandes centrales de tratamiento de basura para adentrarse en estas vías alternativas, pero, claro, resulta más barato enterrar las bolsas o apilarlas en grandes fardos que reciclarlas. Es una de las razones por las que más del 90% de nuestros residuos sólidos urbanos acaban en vertederos o en incineradoras.