Madrid. Si yo le dijese que un lugar común entre los especialista en Nutrición y Salud es que existe una relación clara y evidente entre determinados tipo de alimentos y la salud y la longevidad, y que por ello una larga y saludable vida exige un tipo de alimentación en el que consumo moderado de determinados alimentos y la abstención o reducción de otros, es básico, seguramente estaría usted de acuerdo conmigo.
Es conocido también que en determinados grupos humanos extraordinariamente longevos (algunos habitantes de Georgia en Rusia, los pobladores del valle del Hunza en Pakistán, los indios del valle de Vilcabamba, en Perú, algunas tribus watusi, etc.) se haya relacionado esa superior duración de la vida con el ejercicio nada moderado derivado de su estilo de vida, la delgadez derivada de una alimentación frugal, la estabilidad de sus sistemas sociales y la ausencia de estrés, la ingestión de diversas sustancias y la ausencia casi total de algunas otras. Y que también la restricción calórica (que groseramente, podría entenderse como el comer menos para vivir más) es algo que parece alargar la vida. Así como la ingestión abundante de determinados suplementos vitamínicos. Y por supuesto que el consumo de alcohol no ayuda en nada a mejorar la salud.
Estas y otras cosas parecidas forman parte de lo aceptado como verdad indubitable: si se cumplen, la vida se alarga y es mejor y si se transgreden esas recomendaciones la vida es menos saludable y más corta.
Pero hete aquí que en algunas zonas de Francia, donde la gente le “pega” sin misericordia alguna y en cantidades nada moderadas, al paté de foie, a los quesos y al vino tinto, poco a la verdura y sin que hagan deporte alguno, la longevidad, con esas costumbres tan alejadas del paradigma de la salud a través de la alimentación, es tan alta como en aquellos otros casos que se toman como paradigmáticos para la buena salud y larga vida. Así que otra vía a estas últimas sí es posible aun cuando resulte chocante con el paradigma establecido. (Parece que el buen vino de la uva Pinot Noir y la esforzada y sencilla vida campesina proporcionan los antioxidantes y el ejercicio necesario para lograrlas.) Esto se conoce en los medios de Alimentación y Salud como “la anomalía francesa”, por su chocante situación frente a lo establecido. Resumiendo podríamos decir que a un bien como es una larga y saludable vida se puede llegar por más de un camino y, en algún caso, por uno que se opone frontalmente a lo que parece evidente.
Y dicho esto se me ocurre una pregunta: Frente a lo que se dice respecto a que a los sistemas bancarios de una nación no puede dejárseles caer porque de hacerlo un apocalípsis económico caería sobre el país y que por eso, aunque el sistema sea propiedad de unos pocos particulares –de sus propietarios, que no somos todos- debe ayudársele con dinero público –esto es, de todos- debe acudirse en su socorro, a mi se me ocurre plantear si es verdad que no hay más remedio que hacerlo y si ese es el único camino para volver a una mejor situación.
Frente a la respuesta establecida de que sí hay que hacerlo para evitar males mayores, a mí se me ocurre preguntar si también en este caso pudiera haber un camino diferente como el de la anomalía francesa mencionada respecto de la salud personal. ¿Puede dejarse caer el sistema financiero de un país, sufrir y padecer las consecuencias de esa decisión alternativa y sin embargo, terminar saliendo fortalecidos de esa debacle? ¿Existe la posibilidad de otro camino de éxito distinto al sostenimiento del privado negocio bancario con dinero público? ¿Qué hubiese pasado si se hubiese optado por ayudar a los ciudadanos antes que a unos pocos y poderosos Señores del Dinero?
Confieso que no lo sé, por eso agradecería cualquier comunicación de los lectores de Inmodiario, confirmatoria o denegatoria, acerca de esta hipótesis. Y aunque -¡Dios me libre de sugerir cualquier dirección de respuesta!- lo pueden hacer como quieran creo que sería esclarecedor que las aportaciones de los expertos empezaran su respuesta por “f”…, por efe de Finlandia, claro.
Miguel Villarroya Martín.