La ciudadanía está harta de la crisis. Es agotador estar oyendo hablar a todas horas de desempleo, pérdidas de las empresas, regulaciones de plantilla, deuda pública, bancos en quiebra, promotoras inmobiliarias en concurso de acreedores. Lo que quiere la gente es sencillo de imaginar: la vuelta inmediata a los tiempos en que se prosperaba. Recuperar la calidad de vida. Como en estos años de atrás. El ciudadano medio ansía verse de nuevo planeando unas buenas vacaciones en el extranjero, cambiar de trabajo para ganar un poco más trabajando lo mismo o un poco menos, abrir un negocio y ver que funciona. Comprarse una buena berlina, si puede ser alemana mejor. O cambiar la vieja tele armatoste por un buen plasma de 42 pulgadas. Los más afortunados incluso podrían optar a tener asistenta, una casa en la playa y tiempo libre suficiente para mejorar su handicap en el campo de golf.
Sin embargo y para desgracia de los españoles, el más superficial análisis de las claves económicas puede dar con estas ensoñaciones colectivas en el cubo de la basura por algún tiempo más. No se trata ya de la incompetencia de los políticos nacionales e internacionales para llevar a la economía mundial de vuelta a la senda del crecimiento. Tampoco es cuestión de elegir una política keynesiana o neoliberal. El problema es que en terminología taurina, la corná es grave. Muy grave. Los daños causados en el entramado económico y financiero internacional son tan colosales que cualquier terapia será lenta, dura y requerirá de mucha más honestidad de la que se está viendo hasta ahora en políticos, economistas, financieros y empresarios.
Aseguraba Greenspan hace un año que la crisis empezaría a terminar cuando los precios de la vivienda en Estados Unidos se estabilizaran. Y ahora mantiene esa afirmación con alguna tibieza sobrevenida, estimando que el stock en Estados Unidos será absorbido en 2010 y los precios definitivamente estabilizados, pero alertando de nuevos y serios problemas. Y no les quepa duda de que estos problemas tendrán el efecto del pedrisco sobre la cosecha de brotes verdes de esta primavera. Desde las páginas de Financial Times el padre de la criatura señalaba esta semana algunos retos a los que se enfrenta la política económica norteamericana y que sin duda prolongarán por bastante tiempo la recuperación. Por una parte, el horizonte inexorable de inflación. Ningún economista serio duda que el alza de precios en Estados Unidos y en Europa será un hecho en 2012, poniendo del revés el actual panorama de amenaza deflacionista. Por otra parte, el desproporcionado volumen de deuda pública que acumulan los Gobiernos. El endeudamiento se convertirá en una losa muy pesada que tendrán que sostener millones de contribuyentes durante años.
Algunos como Obama o su Gurú de cabecera Paul Krugman prefieren dejar el tema de la inflación para más adelante. Aunque asuman que la política monetaria expansiva es inflacionista por naturaleza, ahora lo que toca es mantener el dinero barato e inyectar liquidez para mantener con vida un sistema financiero en coma. Otros por el contrario defienden la ortodoxia y ya están velando armas para enfrentarse a la inflación que aparecerá en cuanto la destrucción de empleo remita y el consumo vuelva a empujar por si mismo la demanda. Ya sabemos como se lucha contra la inflación. Trichet y Bernanke no dudarán en subir tipos. Pero lo preocupante no es que lo hagan sino en qué medida y por cuanto tiempo. Es decir, cual será el nivel de crucero de los tipos para los próximos años y cual será el impacto en los diferentes agentes del mercado incluyendo los ciudadanos ansiosos de recuperar su Belle Epoque.
Respecto a la acumulación de deuda, es la receta de moda para sostener la demanda y evitar una deflación que podría ser letal. Esto tiene algunas consecuencias perversas. Dado que la curva rentabilidad/riesgo tiende a hacerse más vertical, es decir a igual riesgo el inversor exige más rentabilidad en el entorno actual, la emisión de deuda masiva implicará cada vez rentabilidades más altas para resultar atractiva y poder financiarse. Si el estado pide prestado cada vez a tipos más altos, el efecto crowding out está servido, teniendo como resultado que de facto el sector publico estará compitiendo con el privado para captar financiación. Esto se convertirá en un lastre para la recuperación económica durante los próximos años. Por otra parte los Estados irresponsables en la contención del déficit público tendrán la tentación de presionar a los bancos centrales para imprimir dinero con el que recomprar la deuda en manos de los inversores. Esto generará de nuevo enormes tensiones inflacionistas por la inundación de ALP’s (Activos líquidos en manos del público). Fíjense que de nuevo volvemos al efecto inflacionista de una política oportunista y poco meditada a medio plazo. La inflación fue el detonante de la crisis y verán como acaba siendo la causa de su prolongación por varios años hasta que se termine de pagar la factura de esta crisis iniciada por Greenspan.
Así que en ausencia de políticas de oferta y fomento de la competitividad y el equilibrio en la balanza comercial y de las cuentas públicas, lo de las vacaciones en Maldivas tendrá que esperar a 2014 por lo menos. Y mientras tanto, los cirujanos que intervienen en la mesa de operaciones tienen un trabajo ciertamente complicado. Habrá que poner una vela a la Virgen de los milagros para que no corten un nervio equivocado. Pero viendo el panorama que nos rodea no puedo evitar acordarme de las últimas palabras del mítico torero: ¡Doctor, la cornada es grave! Tiene dos trayectorias, una para arriba y otra para abajo. Abra lo que tenga que abrir, lo demás está en sus manos.